
Hace dos días asistí a una ponencia sobre distonía focal en el Conservatorio Profesional de Música de Getafe, mi conservatorio. El enfoque fue multidisciplinar: un moderador, una neuróloga, dos trombonistas profesionales, uno de ellos conocedor de primera mano del proceso de recuperación, un médico especialista en reeducación motora que trabaja con deportistas de alto rendimiento y una psicóloga hablaron desde distintos puntos de vista de un problema del que se habla demasiado poco en el mundo de la música. El formato fue el adecuado para algo que Joaquín Farias (uno de los mayores conocedores del problema posiblemente del mundo) describe acertadamente como “enfermedad ornitorrinco” (mamífero con pico que pone huevos), por pertenecer a distintos campos de estudio del ser humano o por tratarse desde distintas ramas de las ciencias de la salud.
Bueno, seamos serios en esto: ya debería ir siendo conocimiento común que cualquier enfermedad necesita un enfoque holístico para realmente curarse. Vivimos, por desgracia en la enfermedad del positivismo –esa sí es dura, es sistémica–, de la confianza ciega en la ciencia, en la magia de la pastilla, de la ansiedad por la inmediatez en la solución. La gente se atiborra de pastillas con tal de no empezar a comer sano, respirar correctamente, hacer ejercicio y cultivar una mente sana y unas relaciones reales. Vas al médico y en vez de conocerte y orientarte (no hay tiempo para atenderte tampoco, ¿qué van a hacer los pobres médicos en diez minutos de consulta?) te dan la pastilla según el síntoma. Y claro, sales de allí con la receta en la mano, pero con la misma vida que te enfermó. Te duele la espalda de años sentado mal y te encasquetan un relajante muscular. No duermes porque vives con ansiedad acumulada y te recetan una pastilla para dormir, sin preguntarte ni una vez cómo es tu día, si trabajas 12 horas, si cenas a las once o si llevas meses sin ver la luz del sol. Tienes digestiones horribles y, en vez de revisar cómo comes, cómo tragas el estrés o cómo corres de un sitio a otro, te mandan un protector gástrico “por si acaso”. Es el modelo de apagar fuegos sin mirar quién está incendiando la casa. Que, repito, por el formato de la atención primaria es muchas veces lo único que se puede hacer.
La distonía no es distinta. Si esperas la pastilla o la solución inmediata sin cambiar nada en tu vida, déjame ahorrártelo: no hay tal cosa. En la ponencia, alguien con distonía de la sala preguntó si hay estudios científicos sobre la eficiencia de la reeducación (o rehabilitación) motora como primer tratamiento. Esa pregunta es el detonante de esta entrada en mi blog. Resume acertadamente uno de los mayores problemas de esta dolencia. No, no hay tratamientos protocolares “oficiales”. Es algo que científicamente sigue muy en pañales. Lo que sí hay es lo anterior al protocolo: tanteos, investigaciones, casos de éxito y casos de fracaso. Pero si tienes distonía ¿de verdad vas a esperar al protocolo, a “lo que dicen los expertos en el tema” para mover el culo y buscar una solución? Es posible que no llegue ese consenso científico antes de que sea demasiado tarde para ti. Y también es muy posible que cuando llegue sea para avalar, ahora sí, en libros oficiales publicados oficialmente por expertos oficiales con muchos títulos oficiales, mucha fama oficial y con el sello oficial del ministerio oficial de la salud oficial, la reeducación motora oficial, o sea básicamente algo muy difícil, algo que te obliga a replanteártelo casi todo en tu vida. O quizás me equivoque y una sencilla intervención en el cerebro te cure instantáneamente.
De momento eso no está pasando. Pero lo que sí hay son cada vez más casos de éxito, personas que lo han conseguido, personas que han transitado ese camino difícil, que se han armado de paciencia, voluntad, que han aprendido a abstraerse por completo de la reacción absolutamente traumática que tienen al estar sentados en la banqueta de su piano o con la guitarra en mano, y han sabido confiar en que el instrumento y ellos pueden seguir siendo amigos. Lo digo muy en serio. Yo lo he superado precisamente acudiendo a gente que también lo ha superado. Hablando, preguntando, aprendiendo, investigando. No me he quedado en mi casa con el diagnóstico inhabilitante y doloroso, pero, siento herirte si es tu caso, cómodo. Hay cierta comodidad en el dolor del diagnóstico. Te sientes víctima del destino y la distonía viene precisamente a quitarte ese gran peso de encima de ser el gran pianista que sabías que podías ser, pero por culpa de la distonía no pudiste llegar a serlo. Oye, no es broma, quizás esa sea su función, ser el chivo expiatorio de sueños rotos, egos tóxicos, mil demonios mentales que te “obligan” a tocar como los músicos que escuchas en las grabaciones porque si no, “no vales nada”. Enséñame, por favor, en el contrato que has firmado con el destino, la cláusula que establece la “falta de valor personal” en caso de no alcanzar el éxito establecido. Eso es, no la hay. Eso es más enfermo que la distonía. Ahí, la distonía no es una solución, pero es algo que te protege del maltrato emocional autoaplicado. Sé que parece contradictorio, porque la distonía maltrata quizás (quizás no) más que el contrato con el destino, pero alivia lo otro a la vez. Un maltrato por el otro.
Hablo en segunda persona por si da la casualidad de que eres alguno de los que buscan una solución al problema y googleando has llegado a mi blog. Pero eso es algo que va dirigido a mí en primer lugar. Yo he pasado por ahí. Empecé a tocar el piano con 13 años y siempre fui por la vida con la sensación de “llegar tarde”. Me autoimpuse el éxito antes de cumplir los 30 años (límite de edad para muchos concursos internacionales), pero eso no fue coherente con lo que hacía para lograrlo. Sin estudiar demasiado y con constancia y serenidad, me enfrentaba a obras muy por encima de mi nivel y finalmente las “domaba” pero de aquella manera: hábitos motores abusivos, tensiones descontroladas, dramas sobreactuados cuando no me salía el pasaje X. Tocaba estudios de Liszt sin hacer una sola escala a 120 BPM limpia y cómodamente (a ver, sí que me salían las escalas, pero también de aquella manera). En fin, mi caso fue de apretar mucho (en todos los sentidos), exigir mucho, pero vivir la vida sin hábitos consistentes de estudio y sin unos conocimientos biomecánicos sólidos. Eso sí, me había programado absurdamente ganar uno de los concursos gordos antes de los 30 y según me acercaba a la fecha límite el miedo al fracaso y el golpe de realidad me iban comiendo por dentro. Con 30 años, el verano después de hacer las oposiciones por primera vez empezó la distonía. Si bien no puedo asegurar que esto haya sido la causa (¿quién podría asegurar algo con certeza en esto?) sí creo que fue uno de los factores importantes en el desarrollo de la distonía. La coincidencia de los 30 años de tope autoimpuesto para el “éxito” y la aparición de los primeros síntomas es demasiado grande como para ignorarla. Esos y otros fueron mis mil demonios mentales, tú seguramente tengas otros, parecidos o no, o quizás que no tengan nada que ver con la música. Hay que enfrentarlos.
Superar la distonía implica una metanoia en toda regla. Un cambio profundo de la mente. Por eso es tan difícil. Por eso no hay pastilla y por eso no todo el mundo está dispuesto siquiera a intentarlo. Pero es posible.
En la siguiente entrada comparto algunas orientaciones para esta metanoia. Accede en el siguiente enlace: Metanoia – sobre la distonía focal y el cambio de mente que requiere superarla PARTE 2
Deja un comentario