Los sentidos no son cinco

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A mí me enseñaron de pequeño que los sentidos son cinco. No he abierto un libro de primaria actual para ver si las cosas han cambiado y ahora enseñan (por fin) otra cosa, pero creo que “los cinco sentidos” es de esas cosas con un profundo arraigo cultural. Hay hasta una película llamada el “sexto sentido”, como aquello que es extrasensorial que te conecta con otras realidades.

En una clasificación más actual los “cinco sentidos” son los exteroceptivos, o sea los que te proporcionan información del mundo exterior. Además de ellos, también tenemos los sentidos interoceptivos (hambre, sed, temperatura, dolor) y propioceptivos (posición del cuerpo, movimiento –sentido cinestésico–, equilibrio). Para mí, propio- e intero- se refieren a lo mismo, al mundo interno, a lo que ocurre en y debajo de la piel.

Es muy curioso como la programación cultural –los sentidos son cinco– orientan todas nuestras “antenas” hacia el exterior. A través de la clasificación limitante de los sentidos, toda sensación parece que sirve solo para mirar hacia fuera, hacia el exterior. Pero ¿qué pasa con el interior? ¿Por qué tiene que venir la neurociencia milenios después de que tengamos sed o hambre a reconocer por fin que sentimos un mundo interno? En esta obliteración, parece que es igual de paranormal el sexto sentido de la película como los sentidos cuyo propósito es informarnos sobre nuestro interior.

Creo que tengo una pista de tan descomunal despiste. Se puede tratar de la dificultad de concienciar el punto ciego, el punto de referencia desde el que percibimos nuestra propia realidad. Se da por hecho. Como un niño pequeño, al que le preguntas cuántas personas hay en la habitación y cuenta a todos menos a sí mismo.  O como el etnocentrismo, en la antropología, tan susceptible de inventar exotismos estudiando otras culturas, dando por hecho la “normalidad”, del “centro” desde el que se mira. Miramos a todas partes, menos para dentro. El eterno problema de lo uno y lo otro. Ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio –sí, este versículo de la Biblia puede tener muchas lecturas‒.

Parece que estamos programados también biológicamente para esta “ceguera” o debilidad propioceptiva. El hombrecillo que ves en la imagen, que parece sacado de la película Shrek, se llama homúnculo y es una traducción de cómo se vería el cuerpo que sentimos. El homúnculo es algo así como un mapa, creado a partir de la densidad de mecanorreceptores y terminaciones nerviosas que hay en las distintas partes del cuerpo. Hay dos tipos de homúnculo:

  • sensorial, ubicado en la corteza somatosensorial primaria, en el lóbulo parietal, que muestra qué partes del cuerpo tienen mayor sensibilidad táctil y propioceptiva.
  • motor, ubicado en la corteza motora primaria, en el lóbulo frontal, que indica las partes del cuerpo con mayor control motor y precisión en los movimientos.

Estos dos homúnculos son bien parecidos, ya que coincide en gran medida lo que sentimos con lo que movemos. En los dos, las partes que más sienten y con mayor control motor son las manos, la cara, los labios y la boca y las más pequeñas la espalda y las piernas. De nuevo, se trata de las partes que más están en contacto u orientadas hacia el exterior, ya sea para comunicarse, ingerir alimentos, manipular objetos, etc.

Si bien este homúnculo es alimentado, como he mencionado, por la presencia de “sensores”, este es solo el punto de partida para su desarrollo. Me explico. El número de mecanorreceptores y de terminaciones nerviosas no cambia durante la vida, igual que no cambia el número de ojos y oídos. Lo que ocurre es que con el uso ‒o con la falta de uso‒ y con la atención dirigida ‒o la falta de atención‒ hacia las distintas partes del cuerpo se generan o se debilitan sinapsis, vías neuronales, en la corteza cerebral. Tu homúnculo cambia contigo. Es un reflejo fiel de tu experiencia. En ciertas cosas es más tú que tú mismo. Tu homúnculo es tu mini yo (si nunca has visto Austin Powers te felicito, mantienes tu integridad, todavía puedes aspirar a una vida normal, no como yo, que se me ocurre esta tontería), que hace y siente las cosas por ti.

Que este homúnculo cambie, debido a la neuroplasticidad, es muy significativo. Se puede convertir en un esperpento mayor del que ya parece, a través del silenciamiento habitual de las partes que de por sí se sienten poco y el entrenamiento hipertrófico de las partes más usadas, o puede tender hacia una forma más acorde al cuerpo real (aunque nunca lo consiga, ya que el mapa sensorial no puede estar tampoco demasiado desvinculado de la misma estructura nerviosa que lo alimenta). Sería muy interesante ver, si se pudiera, a través de un estudio de la corteza cerebral, los homúnculos de bailarines, equilibristas, gimnastas, karatekas, que en su arte utilizan el cuerpo de forma más integral. Me encantaría tener el escritorio lleno de muñequitos raros, cada uno una ilustración en tres dimensiones de una forma distinta de sentirse y de moverse, pero sobre todo de potencialidades realizadas, concretizadas.

Bien, creo que queda un poco más claro que no vemos el paisaje interno igual de bien que vemos el externo, que, aparte de las influencias socio-culturales, incluso nuestro propio sistema nervioso nos “venda” los “ojos” que ven el interior a través de una distribución desigual de mecanorreceptores por el cuerpo. ¿Por qué no dejar, entonces, en paz al pequeño homúnculo que nos habita? Hay muchas razones para “encender la luz” interior, para intentar equilibrar en habilidad, en nitidez de la imagen que nos proporcionan, los sentidos exteroceptivos y los intero/propioceptivos. Daría para unos cuantos blogs con entradas diarias durante años, con muchos autores de muchas disciplinas distintas.

Una rápida actualización en el campo de la psicología revelaría un creciente interés en la psicología corporal. Esto sería de lo que más rápido viene a la mente al preguntarse por la utilidad de potenciar la propiocepción. Hay varias terapias que convergen en lo mismo, en cómo los traumas o las emociones reprimidas se manifiestan a través de tensiones musculares crónicas y cómo conectar conscientemente esas tensiones con las emociones puede ayudar en la curación. Vemos, por tanto, que la “ceguera” somática, “dejar en paz al homúnculo” no es tan inocuo. No solemos sentir, conscientemente, ciertas partes del cuerpo hasta que duelen (o hasta que generan un auténtico trauma y se rebelan, dejando de obedecer, como es el caso de una distonía). Incluso tenemos mucho entrenamiento en ocultar el dolor y atenderlo solo cuando se cronifica. Y lo atendemos normalmente con pastillas esperando a que mágicamente nos quiten años de “trabajo” en crear una contractura.

Además de las terapias con un enfoque más psicológico (Somatic Experiencing de Peter Levine o EMDR) están las disciplinas de educación somática, también llamadas técnicas de concienciación corporal (vaya lío de nombres), como la Técnica Alexander, la Eutonía o el Método Feldenkrais. Esto sin entrar en las ancestrales Qi Gong, Tai Chi Chuan, Yoga o Meditación. No quiero en esta entrada (que me alargo, me invade la verborrea…) más que decir que existen y que son muy útiles, ya que proporcionan herramientas reales para el autoconocimiento. “Conócete a ti mismo” es una de esas enseñanzas universales, pero por universal también convertida en una enseñanza-eslogan, titular de periódico, consigna publicitaria, que la mayoría de las veces no se ramifica en un cuerpo sólido de enseñanzas concretas, acumulables, debatibles, transmisibles.

Cualquier cosa que elijas, entre las mencionadas, abre un camino posiblemente no transitado en años que se va creando a sí mismo con la insistencia y la práctica. Con cada movimiento consciente vas colocando antorchas en las paredes del pasillo que te conduce a tu interior. Verás, al intentar varias cosas, que a pesar de los nombres distintos y las diferencias de enfoque se parecen en muchas cosas esenciales. Se parecen, por ejemplo, en que todas equilibran tu mapa sensorial y tu mapa motor, ayudando a que la intero/propiocepción no sean unos sentidos ignorados, debilitados por la predominancia de los sentidos exteroceptivos. Conocerse a uno mismo comienza por querer mirar hacia dentro.

Esta conciencia, llevada a tu instrumento musical, te da herramientas sólidas para asociar sonido y movimiento, para la coordinación en la medida óptima de las distintas partes que participan en el movimiento, para sentir la orientación de tus huesos sin depender de la vista, para detectar tensiones y bloqueos ocultos y un largo etc. Pero de esto hablaremos en otra ocasión.

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